Friday, November 16, 2012

El papel de la alimentación en la educación



El deseo es el motor de la autonomía y para conquistarla es necesario que ese deseo no sea ni reprimido ni impuesto, es decir, que pueda existir, que pueda darse en un clima de confianza, en un clima en el que el niño y la niña se sientan seguros y confiados. Deben tener la certeza de que los adultos que los educan confían en sus posibilidades, creen en sus capacidades y respetan sus decisiones. Y, paralelamente, han de sentir plena confianza en esos adultos que los cuidan. Saber que pueden confiar siempre e incondicionalmente en ellos, que no los traicionarán y que no les impondrán deseos, sino que comprenderán y respetarán los suyos, los propios de los niños y las niñas.

¿A dónde quiero llegar con esto? Cuando insinúo que los adultos imponen deseos a los niños y a las niñas, me estoy refiriendo a dos cuestiones importantes en educación, por un lado las proyecciones que inconscientemente todos proyectamos -valga la redundancia- hacia los niños y las niñas; y por otro lado a las necesidades que tenemos como educadoras de que los infantes hagan tal o cual cosa.
El tema de las proyecciones no lo voy a tratar aquí, pues me desviaría mucho de mi objetivo. Sí voy a profundizar en las necesidades que tenemos las educadoras de que los niños y las niñas nos obedezcan. Para ello utilizaré un ejemplo de una escoleta en lo referente a la alimentación.
Veamos un ejemplo:
En un centro de 0 a 3 años se reflexiona sobre la alimentación y se establecen unas normas para la hora del comedor, entre otras, la de no obligar a los niños a comer si no quieren, o sea no forzarles; respetar si no les gusta algún alimento en concreto, no perder la paciencia ni enfadarse…
Observemos la realidad:
Desgraciadamente, ocurre que algunas educadoras no han entendido las normas del comedor y se “pelean” con los niños y las niñas que no quieren comer, con los que escupen, con los que no quieren algún determinado alimento, relegando al olvido el objetivo principal y prioritario de no obligar a un niño o niña a comer en contra de su voluntad.
Las estrategias utilizadas para conseguir este objetivo (que un niño o una niña coma aunque no quiera hacerlo, o sea, obligado o por obligación) son las estrategias que se han utilizado “toda la vida” y que todavía siguen en uso en algunas escuelas:
Chantaje emocional con amenaza: “Si no comes no vendrá la abuela a buscarte” “¿quieres que me enfade?” “a mí no me gustan los niños que no comen”…etc…
Amenazas: “si no te lo comes todo te irás a la sala de los bebés” (y luego queremos que quieran al hermanito/a bebé? Pero si amenazamos con bebés como si fueran hombres monstruos…!!!) “Tú no irás a psicomotricidad si no comes”
Castigos: Castigado en la sala de los bebés. Castigado fuera del aula. Castigado sentado con la merienda delante hasta que coma mientras los demás hacen la actividad. Castigado sentado en el patio con la merienda delante hasta que coma y los demás jugando. Castigado en el patio, solo y los demás en el comedor, hasta que quiera comer.
Sobornos: “si comes te daré una galleta después” “si comes podrás tener la moto rosa el primero”
Mentiras: “Si no comes te quedarás pequeño” “Si comes te daré un caramelo” (y luego no se lo dan nunca…)
Con los bebés es todavía peor, en ocasiones comen por penetración forzosa. Otras con engaños “mira el chupete” y cuándo abre la boca para el chupete zas! Cucharada va!. Otro engaño es mostrarle el yogur (postre de la comida), darle un par de cucharadas de yogur, y cuando el bebé abre la boca pensando que viene yogur zas! Meter puré…
No puedo dejar de preguntarme cuál es el sentido educativo de estas acciones, ¿Qué es exactamente lo que estamos educando? ¿Estamos educando la confianza del bebé o del niño o la niña en el adulto? ¿Estamos educando la autonomía? ¿Consideramos los deseos o incluso las necesidades del bebé, del niño o de la niña cuando los forzamos a comer en contra de su voluntad? ¿Os parece este un acto educativo? ¿O tal vez es un acto asistencial?
Si considerábamos educativo aquél acto que cree en la capacidad de la persona para conseguir un objetivo, basándose en el deseo de aprender, en el interés por conquistar la autonomía, podemos afirmar sin equivocarnos que este no es un acto educativo en absoluto. Pues no se tiene en cuenta el deseo ni el interés del niño o la niña hacia el acto de comer en sí mismo y la pretendida autonomía es, a menudo, impuesta. En este tipo de acciones lo que se está “educando” es la obediencia, la sumisión, la aceptación de la norma, sin tener en cuenta al individuo.
Si pensamos en el acto asistencial, aquél que asiste a la persona heterónoma, éste se sustenta en la idea de que otras personas detecten y satisfagan las necesidades y los intereses de, en nuestro caso, los bebés y los niños y las niñas. Por lo que podemos deducir que tampoco se cumple el requisito para ser considerada esta acción como asistencial.
La alimentación: acto educativo o asistencial
El debate sobre si la hora de la comida es un momento asistencial o educativo sigue abierto y aunque cada vez está más claro que los momentos asistenciales son altamente educativos, no siempre se da que la hora de la comida sea efectivamente educativa.
Pero… ¿Cuál es la diferencia entre el acto asistencial y el acto educativo? El acto asistencial es aquél que asiste a la persona que no puede valerse o desenvolverse por sí misma, siendo así heterónoma, dependiente de que otras personas detecten y satisfagan sus necesidades. Por otra parte, el acto educativo es aquél que pretende desencadenar el deseo de aprender, considerando a la persona capaz de conseguir el objetivo por ella misma, capaz de generar el deseo de ser autónoma. La autonomía se conquista, jamás se impone. Ha de ser deseada, el niño o la niña tienen que sentir el deseo de hacer por sí mismos.
A mi entender es un acto impositivo. Se impone la “necesidad” del adulto sobre la necesidad del niño o la niña.
El adulto tiene la necesidad de que el niño o la niña le obedezca para no sentirse cuestionado en su autoridad. El adulto tiene la necesidad de que el niño o la niña coma para no sentirse cuestionado -por los padres o por el resto del equipo de educadores- en su profesionalidad. El adulto tiene la necesidad de que el niño o la niña obedezca porque eso es lo que se espera de un niño. Obediencia. Acatación de las normas. Sumisión.
De todos es sabido que si la obediencia y la sumisión se acatan, se obtienen personas obedientes y sumisas, que hacen lo que se espera que hagan, personas con dificultades para ser ellas mismas, con poca capacidad de cuestionamiento, poca capacidad crítica, personas faltas de iniciativa, inseguras de sí mismas, con baja autoestima, carentes de motivación interna… personas llenas de miedos: al juicio, a la burla, al rechazo, al no-amor… Miedo, en definitiva, a que no se las acepte tal y como ellas son. Personas incapaces de ser ellas mismas.
La mayoría de las personas destinamos mucho tiempo de nuestra existencia a aprender a ser como no somos, a aprender a no-ser, a aprender a ser como se espera que seamos, a aprender a obedecer y más tarde a someternos…porque así nos lo exigió nuestro entorno, porque así se educaba en nuestros tiempos y en tiempos de nuestras abuelas.
¿Debemos seguir perpetuando este modelo de no-educación?
Para obedecer y someterse hay que ir –en muchas ocasiones- en contra de uno mismo. De todos es sabido y por muchos es ignorado. Este es el mensaje que les estamos dando a nuestros pequeños cuando les decimos “come porque si no te volverás bebé” en realidad les estamos diciendo, “te miento y te asusto para que obedezcas, es lo único que interesa, que obedezcas y que sientas miedo”
Dejando a un lado la obediencia, la sumisión y los miedos, cuestiones que por sí mismas darían para otro artículo, quiero retomar el tema que nos ocupa -la alimentación y las tareas de la educadora- pero antes quiero hacer una aclaración, no estoy cuestionando a las personas que se dedican a la educación, tampoco critico su capacidad para la profesión, critico y cuestiono la educación que estas personas han recibido, tanto en su infancia, como en el momento de prepararse para la docencia, cuestiono y reflexiono sobre el sistema educativo, el modelo educacional y la transmisión -o la falta de transmisión- de valores humanos. ¿Qué ocurriría si la escuela formase individuos con capacidad crítica, ciudadanos que se cuestionasen el funcionamiento del propio sistema? Insisto, las educadoras lo hacen lo mejor que saben, y creen estar haciendo lo correcto. A mi modo de ver ellas son los productos de un sistema educacional carente de valores, centrado en la reproducción de viejos e inservibles patrones de comportamiento. Tomar conciencia de ello puede ayudarnos a cambiar y mejorar nuestra práctica educativa, si es lo que deseamos.
Volviendo al tema, la tarea de la educadora no es obligar a un niño o a una niña a comer, tampoco es tratar de conseguirlo de “buenas maneras” como podría ser a través de la dulzura, la paciencia, la firmeza con cariño, etc. La verdadera tarea de la educadora consiste en escuchar y respetar a los niños y niñas, comprender o tratar de comprender qué les ocurre, porqué les ocurre, empatizar y sobretodo, permitirles ser, permitir que cada individualidad se despliegue con sus características genuinas, con su propio ritmo, sin tratar de homogenizar, de igualar, de normalizar… ¡Cada ser es diferente y esa es una de las grandes maravillas de la vida! ¿Por qué nos empeñamos en eliminar las diferencias? ¿En hacer seres iguales? ¡Las diferencias nos hacen únicos y tendríamos que potenciarlas! Y en lugar de eso nos apuramos y tratamos de evitarlas o anularlas…! ¿Qué te hace diferente? Pues promuévelo, porque eso eres tú!
Así una tarea importante sería la de aprender a detectar cuándo Aída no tiene más hambre, o si dice “no” con la cabeza cuando le damos a un ritmo demasiado rápido, también aprender a ver cuándo Gesine se ha saciado, aunque siga abriendo la boca…O tratar de entender que cuando Bea se saca los trocitos de comida de la boca no lo hace por “guarrear” sino que tal vez está investigando qué es eso…pues hace bien poco que dejó el puré y la textura es diferente… entender que es normal tocar la comida, mirarla, con las manos, con los ojos…es lo natural y lo sano… permitir que Lua escupa y tratar de averiguar cuándo y porqué lo hace ¿no quiere más? ¿ese trozo de pera estaba demasiado maduro? Cambiar nuestra actitud ante sus actitudes nos ayudará a estar más cerca de ellos y ¡mucho más relajadas!
Respecto al tema del “escupir” he observado reacciones muy exageradas ante estos hechos, de educadoras que no entienden lo que Alberto dice cuando no quiere tragar con algo que no le gusta…¡es altamente simbólico el contenido de esta acción! Cuando obligamos a un niño o a una niña a “tragar” algo que no quiere (bien porque ese trozo no le gusta, bien porque no tiene más hambre y es la manera primaria que tiene de decir “estoy lleno”, bien porque ese alimento no le agrada…) cuando le obligamos a “tragar” le estamos obligando a anular su voluntad, le estamos obligando a no hacer caso a su sentido del gusto, le estamos obligando a suprimir un reflejo de supervivencia básico que cualquier animal realiza, si un alimento no sabe bien lo sano es escupirlo, sacarlo de la boca, no tragarlo!!
Podemos trabajar en observar cuándo Borja escupe, ¿escupe los guisantes? ¿la zanahoria? Tal vez no le guste ese alimento ¿por qué tenemos que obligarle a comérselo? Con el respeto y la tolerancia tal vez en un futuro sienta ganas de probar esos alimentos o tal vez no…esa no es nuestra tarea…
Por otro lado, no puedo evitar contar un caso que escuché una vez en otra escoleta, y que me parece altamente ilustrativo: una educadora le decía a otra que le había salido una llaga en el paladar por no soltar el trozo de pizza ardiente que le abrasaba, por no escupir permitió quemarse…ante lo cual me pregunto ¿es esta una conducta sabia para el autocuidado? ¿cuántas veces la habrán obligado de niña a tragar y no escupir? Por supuesto esta es una de las educadoras que se enfadaba mucho con los niños que escupían…inconscientemente reproducía los mismos modelos…
Y volviendo al tema de las tareas de la educadora ante la comida, el verdadero trabajo de una educadora también consiste en reciclar su formación, en mantenerse informada de los avances pedagógicos y en aprender a desaprender los viejos paradigmas que sitúan al niño en una situación de total sumisión donde es el maestro o la educadora los que dan el saber al mismo, sin permitirle al niño ser autor de su aprendizaje.
Esta labor de informarse y documentarse nos lleva, afortunadamente, a grandes descubrimientos, como los que se han llevado a cabo en el instituto Lòczy que dirigió la Dra. Emmi Pikler a lo largo de más de 50 años y que, en lo referente al tema que nos ocupa -la alimentación- han sido tan vanguardistas como polémicos. Los consejos dados ante un niño o una niña que se negase a comer se pueden resumir en “respetar su decisión”.
Respetar su decisión no quiere decir desatender al niño, ni saltarse las rutinas, quiere decir respetar la decisión del niño o la niña de no comer en ese momento, sin regañarle, sin hacerle sentir culpable, sin chantajearlo, sin engañarlo, simplemente aceptar y tolerar que no va a comer y no cargar la situación de la dramática importancia que le concedemos habitualmente. Puede seguir sentado a la mesa tranquilamente mientras el resto comen. Y así todos los días que él o ella quiera. Antes o después acabará comiendo. Nadie se deja morir por inanición teniendo comida al alcance. Comerá. (A no ser que haya una patología grave).
Un ejemplo es el caso de una niña que en su escoleta se negaba a comer, tenía un año y medio y la tutora llegó al acuerdo con la madre de que no le insistirían para que comiese. La niña estuvo 6 meses sin comer en la escoleta y se seguía quedando cada día. Ganaba peso, crecía y en su casa comía. Al cabo de 6 meses, porque sí, por propia voluntad y por propia iniciativa, un día agarró los cubiertos y comió, como si siempre lo hubiese hecho…
Claro esto a las educadoras nos genera un miedo inquieto ante cómo hacer entender esto a una madre y mantenernos en la firme postura de no-forzar al niño o la niña (ni física ni psíquicamente). He aquí otra de las tareas de la educadora, explicar los avances de la pedagogía a las familias, argumentar y saber defender nuestros principios, nuestras actitudes y nuestros valores, en definitiva, los fundamentos de nuestra práctica
Esta es una parte fundamental de nuestra tarea, trabajar para una mayor comprensión de los niños y de las niñas, trabajar para la difusión de los nuevos paradigmas, de los modelos de enseñanza centrados en ellos y no en nosotros, llevados a cabo a través de valores como el respeto, la tolerancia, la aceptación de la diferencia…
Todo un reto para los centros de 0 a 3 años que pretendan dar una calidad en sus actos tanto educativos como asistenciales, pues una buena asistencia, con conocimiento de cada niño y de cada niña y con conciencia de cada una de nuestras actitudes es altamente educativa, mucho más que cualquier experimentación, supuestamente educativa, ajena a los deseos e intereses de los infantes, por muy bonitas que queden las fotos en el álbum.